domingo, 22 de noviembre de 2009

Un paseo por mi mente

A los pocos meses de llegar a USA me dió el bajón emocional que vaticinaban las guías de estudiantes extranjeros. Sonará raro pero he de decir que disfruto de algunos de los sentimientos que entendemos como negativos. Uno de mis hobbies favoritos es intentar plasmar lo que siento en un papel. Desde mi modesta perspectiva veo difícil atrapar una sensación sólo con con palabras, demasiada información y demasiado caótica como para constringirla por inflexibles vocablos. Normalmente añadir ritmo, o algún otro efecto de forma me ayuda a transmitir lo que siento, lo ideal, la poesía. A partir de aquí os invito a pasear por el estado de mi mente a finales de 2004.


Echo de menos despertarme por la mañana, abrir los ojos y encontrarme en mi habitación, rodeado de mis libros, de mi ordenador, de mi mesa de dibujo, de mis cuadros, de mis muebles.
Echo de menos escuchar a mis padres abajo en el salón, atareados con cualquier cosa mientras yo estoy aún medio dormido.
Echo de menos despertar a mi hermana por divertirme un rato y escuchar el correspondiente mosqueo que pilla.
Echo de menos bajar a mi salón luminoso y ver mi piano, siempre esperando a que me siente a tocarlo.
Echo de menos salir al jardín a despejarme y desperezarme mirando las decenas de bencejos que surcan velozmente el despejado y azul cielo.
Echo de menos observar a mi padre leyendo el periodico en el merendero mientras se fuma un puro.
Echo de menos ver a mi madre en el jardín atareada de un sitio para otro.
Echo de menos el murmullo nervioso de mis perros a mi espalda, esperando mis buenos días.
Echo de menos tirarme en el suelo a jugar con ellos cualquier día soleado.
Echo de menos sentarme en el porche a pasar el rato y observar a mi abuela, que llega de su casa, intentar abrir la cancela que tanto trabajo le cuesta y casi siempre termino yo levantándome y ayudándola.
Echo de menos compartir el almuerzo con mi famlia, quedarme dormido en el sofá después de comer, que mi madre cierre la persiana con intención de que duerma mejor pero que siempre acaba despertándome.
Echo de menos a mis amigos, las barbacoas en casa de Lucas, las escapadas a Portugal a comer sargos y herreras frescos, los fines de semana en Ayamonte y los copazos de ron Legendario bajo la cálida luz del atardecer mientras observamos el sol sumergirse en el mar a lo lejos, las cervezas a las nueve de la noche en el bar Macarena acompañada de su correspondiente tapilla de camarones, los viajes que nos pegabamos.
Echo de menos acostarme temprano y levantarme tarde.

Es difícil no echar de menos cuando te separa tanta distancia de tu casa, de tu familia, de tus amigos, de tu vida. Sentir esta sensación melancólica a la vez que placentera me hace pensar. Creo que estos estados ayudan enormemente a aprender a valorar tu entorno y a quienes te rodean, a darte cuenta de qué es lo realmente importante en la vida, qué es lo que vale y lo que no vale la pena. Hay que saber escuchar a la melancolía porque te da pistas para encontrar o no desviarte de tu camino de la felicidad.

Ahora es tiempo de desplegar alas y buscar aquí lo que tengo allí. No otros amigos, sino más amigos, no otro hogar, sino otro hogar más, no otra vida, sino más vida. Antes de salir de Sevilla escribí unas líneas en las que básicamente me propouse hacer algo que me gusta hacer en los viajes, escribir mis vivencias en un diario, con el objetivo de señalar en el tiempo el momento más o menos exacto en el que realmente empieza mi nueva vida, ya que cuando estoy a gusto en casa no me apetece escribir. En el momento en que deje de escribir habrá comenzado mi nueva vida. Obviamente aún sigo de viaje.



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